Relato de nuestra visita a Baños Colina, un lugar fuera de los mapas que queda en el Cajón del Maipo, a poco más de 100 kms. de Santiago de Chile.
Comienza un nuevo viaje dentro del viaje
Durante nuestro primer fin de semana largo en Chile, aprovechamos para ir a conocer Viña del Mar y Valparaíso, pero no voy a hablar de eso ahora, sino que les voy a contar sobre nuestro viaje a Baños Colina, que transcurrió el fin de semana siguiente.
Si bien en Chile estamos teniendo una vida más bien citadina y estamos a sólo 1400 kms. de nuestra querida Buenos Aires, esta experiencia de vivir en otro país no deja de ser como una experiencia de viaje, en donde uno sale de su zona de confort para tener que alejarse de familia y amigos, de las distintas costumbres, de los lugares que uno frecuenta y de tantas otras cosas. La distancia no es tanta, así que hay muchos argentinos por acá dando vueltas, es fácil conseguir mate o un café con medialunas (que no son tan ricas como las argentinas); sin embargo, la cultura del café acá es bastante distinta y es más que complicado encontrar uno abierto antes del horario de oficina como en Buenos Aires. De manera similar, no son tantas las pizzerías, heladerías o panaderías: hay muy pocas en comparación con las que encontramos del otro lado de la cordillera; yo creo que los argentinos somos más dulceros, pero tomen eso como mi impresión nada más.
Pero esta sensación de «estar de viaje» se nos empezó a extinguir al mes de estar aquí, y más aún a los dos meses, ya que tenemos nuestra rutina, hemos conocido bastante y recorrido mucho tanto Santiago como los alrededores, luego esa novedad ya no es tal y entonces llegamos al punto donde disfrutamos, pero ya incorporamos esta ciudad a nuestra zona de confort, ¿Y qué hacemos entonces? ¡Lo que dos mochileros hacen: ponerse la mochila y salir a recorrer lugares nuevos! Así que volviendo a lo que probablemente los trajo a este post, una de esas escapadas, ese salir de la ciudad y de lo conocido, tuvo lugar en Baños Colina y eso es lo que vamos a contarles.
Hacia el Maipo
Raro para Mar y yo que siempre salimos de casa a la ruta no antes de las 11, bien tempranito por la mañana nos levantamos y salimos con las mochilas – que ya habíamos armado la noche anterior – hacia el Cajón del Maipo. Para que vayan orientándose con los lugares que voy a ir mencionando, les comparto un mapa que tienen disponible en el sitio oficial del cajón:
Así fue que nos tomamos el metro cerca del departamento donde estamos parando y bajamos unos 45 minutos después en Puente Alto y desde allí tomamos el MetroBus MB-72 de la empresa TurBus S.A, con la que llegamos rápidamente hasta El Manzano, poco antes de San José de Maipo, la capital comunal.
En El Manzano hicimos una parada en boxes: tomamos un chocolate caliente (pero instantáneo) y nos comimos unos panes calentitos recién salidos del horno que estaban tan ricos que no hacía falta agregarles nada.
Allí mismo comenzamos a hacer dedo y luego de unos minutos nos levantó una familia divina con la que fuimos escuchando música tropical de distintas partes de Latinoamérica, conversando bastante y disfrutando del paisaje y de la charla; la esposa de él, al igual que nosotros, era la primera vez que visitaba el Maipo, así que no éramos los únicos «turisteando». Luego de un tramo de poco más de media hora y muy agradable, se despidieron de nosotros a la altura de El Ingenio y eran tan amables que nos dijeron que si hubieran tenido bencina – combustible para el auto – nos llevaban hasta nuestro destino. Aquí la foto-recuerdo con ellos:
Poco los esperamos a ellos para que nos levanten y poco esperamos también para conseguir el segundo tramo a dedo en el Maipo: no pasaban tantos vehículos ya más metidos en el Cajón, pero el tercer o cuarto que pasó nos levantó: era una camioneta y la caja nos esperaba, como en los «viejos tiempos»:
Eso sí, no nos dimos cuenta que nos estábamos adentrando mucho en la montaña, la temperatura estaba disminuyendo drásticamente y se imaginan que en la caja el frío se sentía más aún. Sin embargo, no fue un tramo tan largo y ya llegando al final del Camino al Volcán por el que veníamos, la familia que nos levantó, que estaba paseando, decidió que no querían seguir más adelante, porque el camino estaba bastante deteriorado, ya que el asfalto había sido reemplazado por ripio y luego por tierra, como pueden ver aquí:
Al bajarnos – en realidad un poco más adelante de lo que muestra esa última foto –, parecía que no pasaría ni un alma más por ahí, pero luego de pocos minutos una pareja joven no dudó un minuto en acomodar sus cosas que estaban desparramadas en el asiento de atrás de su auto para alcanzarnos hasta nuestro destino…
Finalmente, en Baños Colina
Primero que nada, creo que es mi deber contarles por qué ir tan lejos, ¿verdad? Les respondo con una foto:
Esa mis estimados lectores era la vista desde las termas, que eran el principal atractivo del lugar. Sin embargo, habrán visto que el paisaje es imponente y que es un motivo suficiente para ir hasta allí, sobre todo considerando que queda a unas dos horas y media de la capital chilena. La entrada cuesta CL$8000 y permite una estadía de 24 hs., con uso de las instalaciones, lo que incluye agua de vertiente, acceso a las termas, los baños y espacio para armar la carpa. Para quienes no sean de acampar, tienen a su disposición por CL$30.000 unas habitaciones que son ofrecidas como «refugio de montaña» pero básicamente son habitaciones privadas con baño compartido al estilo hostel, pero sin acceso a una cocina, sí tienen parrillas. Por cualquier consulta, aquí tienen el sitio web de la administración con un poco más de información, datos de contacto, etc.
En las Termas del Valle de Colina tienen en total 9 pozas termales naturales, cuyas temperaturas varían de los 25 a los 55 grados celsius. Aquí se las presento:
Sumergirse en esas termas se siente increíble y tienen propiedades espectaculares para nuestro organismo, especialmente para nuestra piel; además no se pueden imaginar cómo nos permitieron relajarnos. Eso sí, fuera de las aguas termales hacía muchísimo frío y el contraste con la temperatura ambiente era grandísimo, ¡con decirles que en un momento de la tarde llegó a nevar!
Luego nos enteramos de que en unos días estarían cerrando las termas para abrir varios meses después, ya que el invierno es muy crudo en la zona: indisponibiliza los caminos y congela las cañerías de agua, haciendo demasiado difícil la permanencia en el lugar y la llegada del turismo. Fuimos afortunados porque recién nos enteramos de esto allí y estuvimos a pocos días de no conocer las Termas del Valle de Colina, que cerraron dos días después de nuestra partida y permanecerán cerradas hasta la primavera, como cada año.
Procurando un tardío almuerzo y un lugar para dormir
Luego de disfrutar las termas, llegó el momento de ir a buscar comida. En este aspecto, estuvimos flojos en no ir mejor aprovisionados, porque el lugar queda bastante apartado y había una única opción cerca – a menos de 15 kms. – para comprar, bastante limitada y cara y para cuando llegamos ya no les quedaba casi nada; eso sí, la familia que atendía allí era súper amable y al menos pudimos comer un puré con huevo frito, una ensaladita y un poco de pan:
Panza llena, corazón contento dicen… así que ya satisfechos, nos dispusimos a armar la carpa para pasar la noche y todo parecía indicar que iba a ser una experiencia desafiante e intensa: había un viento fuertísimo, hacía un frío tremendo y, para peor, no podíamos clavar las estacas en la supuesta zona de acampe, porque el suelo era pedregoso, poco amigable para los aspirantes a campamentistas. Así fue que las estacas entraron por la mitad en la tierra y el viento le pegaba tales bailes a la carpa que dudábamos mucho de que pudiera resistir la noche en la montaña. Seamos honestos: para esas condiciones deberíamos haber llevado una carpa de alta montaña, porque las circunstancias adversas así lo ameritaban, pero no contábamos con una de ellas; de todos modos, nuestra casita se la bancó con bastante hombría y con un poco de creatividad, usando piedras, cables y alambres logramos dejarla bastante firme y estable, sin poder las ráfagas de viento intimidarla ni derribarla:
Luego de tener lista nuestra morada para la fría y dura noche en la montaña, decidimos bajar a conversar un rato con los encargados del lugar: fueron muy amables con nosotros, pusieron a disposición todo lo que tenían para que tomemos la merienda (o «la once», como dicen en Chile), los ayudamos con alguna pequeña tarea y entramos en confianza muy rápido, de manera que al rato nos estaban invitando a dormir en una de las habitaciones que tenían libres; lógicamente, no pudimos no aceptar la invitación, aunque eso implicara desarmar la carpa que nos había costado tanto armar y esto tiene que ver más con conocerlos y compartir con ellos que con el hecho de dormir en una pieza y sobre un colchón, que está bueno, desde ya.
Así fue que ya para cuando bajó el sol estuvimos en su «atalaya» – le llamo así porque es una habitación en un segundo piso desde donde pueden vigilar que no entren autos sin pagar –, que aunque muy alejada de la civilización cuenta con internet, televisión satelital y una temperatura más que agradable, para los grados bajo cero que hacían afuera. No nos lo esperábamos para nada, pero nos gustó mucho justamente por lo inesperado. Conversamos harto toda la tarde/noche y antes de acostarnos hicimos otra incursión gastronómica y preparé una pizza para los cuatro, aprovechando la variedad de provisiones con la que contaban allá en medio de la montaña.
Al rato vimos la película de Linterna Verde – bastante mala para nuestro gusto – mientras seguíamos conversando y poco tiempo después nos fuimos a dormir. Eso sí, la habitación no estaba precisamente cálida porque, de hecho, la encontramos con la ventana abierta cuando fuimos a dormir pasadas las 12; sin embargo, nos pudimos arreglar gracias a tener encima nuestro unas seis frazadas.
Un nuevo día comienza
Comenzamos el día con un buen desayuno, observados por un zorrito que, por lo que nos contaban, era un amigo de la casa al que a menudo alimentaban:
Con la energía necesaria para un poco de movimiento y emponchados,
nos fuimos a hacer un poco de trekking por el lugar, disfrutando de paisajes como éste:
hasta llegar a un mirador donde el paisaje nos dejó sin palabras:
Para nuestra sorpresa, no había ningún tipo de indicación que nos llevara a pensar que podíamos llegar a un lugar con una vista tan impactante, ningún cartel que diga «Mirador de la marmota => 500 metros» ni nada, sino que fue Mar quien, una vez más, me preguntó: – ¿Amor, qué habrá por ahí? – a lo que yo le contesté, nuevamente: – No sé, pero vamos a ver… – ¡y qué bueno que fuimos a ver! Nos quedamos un buen rato en silencio, disfrutando de semejante espectáculo:
Y fue el frío lo único que nos invitó a retirarnos y el mismo frío fue quien nos incentivó a preparar una comida bien sabrosa para combatirlo, agasajando a nuestros anfitriones – y a nosotros mismos, desde luego –:
¡No me van a decir que con el vapor saliendo de la olla no se les hace agua la boca!
Después de tan suculento almuerzo, nos sacamos la foto con nuestros nuevos amigos del camino:
y fuimos a la barrera de la entrada de las termas a esperar a alguien que nos quiera alcanzar a Santiago o que nos lleve a algún lugar en el medio en el que haya un poco más de tránsito para buscar un siguiente aventón. Pasaron unos pocos vehículos, algunos muy cargados, otros sin intención de llevarnos y un rato después, salieron dos autos que venían bastante llenos pero juntos, uno de damas y otro de caballeros; subió Mar al primero, yo al segundo y arrancamos viaje. Así fue que nos alcanzaron de un sólo tramo hasta una estación del metro y, mucho antes de lo esperado, ya estábamos nuevamente en nuestro refugio en la ciudad. Eso sí, el viaje tuvo una sola escala, en donde disfrutamos del que fue (y sigue siendo hasta el momento) el mejor chocolate caliente que tomamos en Chile:
Esto fue «Conociendo Baños Colina, en el Cajón del Maipo». Tal vez habrán notado que han faltado nombres y otros detalles que suelo incluir en mis relatos, es que estas escapadas de fin de semana han sido saliendo de la ciudad y volviendo a ella en muy poco tiempo y me costó sacarme el chip citadino para agarrar mi libreta y captar mucho más de cada experiencia vivida.
Pero pronto emprenderemos con Mar un viaje de un par de semanas al Norte de Chile, recorriendo varios lugares que llaman nuestra atención y siendo el apogeo del mismo el mítico San Pedro de Atacama. Ahí si les prometo algo más parecido a lo que los tengo acostumbrados y a lo que más disfruto hoy al escribir.
Gracias por la visita y manténganse sintonizados para más relatos de Chile.
Chicos: suerte que alguien se apiadó de uds. en esa noche terrible de frío sino los iban a encontrar con estalactitas!!! Muy buenos los paisajes físicos y humanos. Hasta pronto.
¡Gracias Norma! La verdad que la providencia siempre se apiada de nosotros viajando, no nos podemos quejar, jeje. ¡Un abrazo grande y nos vemos a la vuelta!