Relato y reflexiones del comienzo de un nuevo viaje en el que haremos la prueba piloto de traviajar (viajar trabajando) como nómadas digitales.

Pasaron poco más de dos años desde que en Enero de 2014 partimos con Mariel en lo que fue mi primer “Gran Viaje”, aquel que soñé por años y que por varios motivos se fue postergando. Había hecho algunos viajes de mochilero antes que ese y sentí que fue como mi tesis, porque puse en práctica mucho de lo aprendido en viajes anteriores, surgieron desafíos constantes y fue un viaje que marcó un antes y un después en mi vida. Como ya sabés, lo que iba a ser “mi” viaje, terminó siendo “nuestro” viaje y luego de ese hubo varios más, como también sabés.

Mi sueño en esa oportunidad era conocer el Machu Picchu, pero en el camino conocí sierras verdes donde nos perdimos más de una vez, montañas imponentes a las que no nos animamos – al menos no hasta la cumbre –, ríos caudalosos donde hicimos kayak para ricos y para pobres también, arroyos con bastante agua y otros completamente secos, desiertos interminables y playas con atardeceres surreales rojos y naranjas; conocí personas de grandes ciudades donde no se conoce ni al vecino de al lado y pueblos donde sus sólo mil habitantes se saludan en cada esquina por su nombre; me encontré gente con riqueza material y con riqueza de espíritu, del campo y de la ciudad, de mucho hablar y contemplativos.

Muchos de los lugares que visitamos estaban en una especie de bosquejo de ruta y otros se fueron materializando en el camino gracias a cientos de recomendaciones. La meta, la gran ciudad inca, siempre estaba ahí presente, pero cada vez más en segundo plano, no porque me hubiera arrepentido o porque se me hubieran ido las ganas de ir, sino porque las vivencias me hicieron recordar que lo que importa es el camino. ¿Eso quiere decir que no llegué a Machu Picchu? No, porque de hecho no sólo conocí las ruinas, sino que anduve en moto por una buena parte del Valle Sagrado de los Incas, llegué caminando y de noche a Aguas Calientes, el pueblo más cercano a las ruinas, me levanté a las 4 de la mañana para disfrutar el lugar desde que abrían las puertas y escalé el Wayna Picchu, uno de los dos cerros desde donde se tienen vistas panorámicas de la ciudad sagrada.

En ese viaje volví a confirmar que el mundo no es un lugar tan peligroso como nos lo pintan quienes no se animan a salir de su zona de confort, que estar en movimiento puede ser más barato que estar quieto atrapado en la rutina y que no importa que tan lejos esté nuestro objetivo, ya que si podemos disfrutar del proceso, llegar no es tan difícil.

El sabor amargo de volver a empezar

Imaginate lo jodido que fue volver a casa después de tres meses tan intensos: después de tanto andar y de tanta no-rutina, tener que retornar a los mismos lugares con casi siempre la misma gente. Y decir que el volver por tierra de Lima a Buenos Aires en una semanita me hizo asimilar mejor la vuelta, porque de haber vuelto en avión iba a ser mucho más complicado aún.

Al volver a mi ciudad, no quería volver a trabajar bajo dependencia, a cumplir horario, a las dos semanas de vacaciones por año y a volver a un esquema de trabajo que limitara mi creatividad y le pusiera barreras a mis sueños. Pero también me di cuenta de que no me preparé para no volver a eso, entonces después de seis meses de pasitos muy pequeños como freelancer, de algunos logros y varios golpes, siendo el principal el que no me hayan dado los números, decidí darle una chance más a ser empleado. Y fue bastante mejor de lo que pensaba: había un muy buen clima laboral, tenía mucha flexibilidad horaria, trabajaba desde casa y hasta me auspiciaron dos viajes, uno a Chile de tres meses y después otro de dos semanas a Estados Unidos (en el que me di una pasadita por Canadá). Disfruté mucho la etapa, pero haciendo un balance a lo largo del año y medio que trabajé en la empresa, me daba negativo, ya que mi intención principal era tener la libertad de elegir a donde viajar y por cuánto tiempo.

Así fue fui preparando el terreno en base a los errores del pasado, sentando las bases para trabajar como freelancer, ganando mis primeros clientes y me encargué esta vez de tener ahorros que me permitieran estar más tranquilo, ¿era indispensable? Tal vez no, pero me di cuenta de que para no tener que volver a empezar otra vez, tenía que construir algo sustentable, algo que pudiera mantener en el tiempo, para no tener que volver a la rueda de: trabajar un tiempo, ahorrar para un viaje largo, renunciar, irme de viaje, volver, buscar trabajo y así sucesivamente… No, yo no quería eso, ¿y entonces?

Probándonos como nómadas digitales

El Gran Viaje | El lado B de viajar y trabajar, lo que nunca te contamos image 3

Nuestro mayor anhelo es viajar todo lo que podamos, saliéndonos de la rutina para vivir en una no-rutina (al menos por unos años), trabajar en cualquier lugar del mundo donde haya internet y estar en constante movimiento, volviendo cada tanto a visitar a nuestra familia y amigos en nuestras respectivas ciudades de origen.

Así que luego de lograr trabajar remoto de forma independiente, de asegurarnos clientes y un flujo mensual que nos permita sustentar un viaje largo, ahorrar y contar con una base económica, decidimos dar el paso y probarnos como nómadas digitales.

Un nómade digital es alguien que no está atado a un lugar físico para trabajar, sino que con una conexión a internet y su computadora portátil pueden hacerlo desde cualquier parte del mundo.

No tenemos limitaciones de tiempo ni de dinero, ya que iremos trabajando en el camino. Nuestra limitante será procurar una buena conexión a internet en donde sea que hagamos base mientras nos movamos de un lugar a otro y desde cada base de operaciones podremos visitar las zonas aledañas en los días que definamos como libres en la semana que, como te podés imaginar, no serán necesariamente siempre los mismos.

Nuestro recorrido (más que flexible)

Como creo que ya te conté, antes de cruzar el charco para visitar Europa – y eventualmente seguir el nomadismo digital allá –queremos terminar de conocer esta bella Sudamérica, donde nos quedan pendientes: Brasil, Guyana Francesa, Surinam, Guayana (la que era inglesa), Venezuela, Colombia y Ecuador. También faltaría Paraguay, pero todavía no lo ubicamos en nuestro bosquejo de ruta, el tiempo dirá si lo terminaremos conociendo en este viaje o no.

Obviamente, el recorrido es flexible, y ambos tenemos motivos personales que en el medio de este viaje largo nos pueden obligar a volver a casa por unas semanas, pero el tiempo dirá qué sucede. Lo importante para nosotros era comenzar y salir a probar este estilo de vida, que si bien para nosotros es nuevo, no deja de ser una combinación de mucho de lo que ya experimentamos.

Estamos muy contentos de poder combinar el trabajo con los viajes, de estar constantemente en movimiento, conociendo personas y lugares, asumiendo nuevos desafíos y poniéndonos a prueba. Estamos aprendiendo y arriesgándonos por lo que sentimos que va a potenciar nuestra felicidad y plenitud y sabemos que hay mucho por delante, ¿nos acompañás?


Ese fue el resumen de nuestra situación antes de comenzar nuestra vida como nómadas digitales. Pero resulta que hoy estoy actualizando este post a un año de haber comenzado, ¡y hay mucho más para contarte porque finalmente funcionó! Pasá por este otro artículo que te cuento mucho más sobre este estilo de vida, especialmente de todo eso que casi nadie cuenta, el lado «oscuro» digamos.

¿Querés contarnos o preguntarnos algo? ¿O tal vez aportar algo que le pueda servir a otros?

Te invitamos a usar los comentarios (un poquito más abajo) 🙂

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