Si llegaste a este post esperando un relato más de los boogies y el sandboard en el Desierto de Ica, te vas a decepcionar. Si en cambio buscás una experiencia distinta del lugar, tal vez estés en el sitio correcto. Vení, te invito a conocer de una manera distinta la Laguna Huacachina y el Desierto de Ica.

Un desierto en Sudamérica

Por si no lo sabían, el lugar de la foto que acaban de ver queda en Perú. Sí, a mí también me llamó la atención cuando antes de salir de Argentina busqué algunas imágenes y me sorprendió descubrir esos paisajes en Sudamérica, pensando desde mi ignorancia que para ver algo así tenía que irme hasta África, pero no había que irse tan lejos y valía la pena conocerlo.

Así fue que había salido por la mañana desde Nasca – ciudad famosa por sus líneas, de la que prometo armar pronto el post relatando mis vivencias allí – y a dedo llegué comiendo mangos que me convidó la familia que me levantó en un bus escolar fuera de servicio, obsequiándome además varias de estas frutas para llevar en mi camino – ¡y qué ricos mangos por favor! –. Mis «anfitriones» resaltaban en particular la aridez del lugar y me contaban cómo en el departamento de Ica se había revolucionado la agricultura gracias al riego por goteo que les permitía, entre otras cosas, el cultivo de la vid, algo impensado hace algunos años con el clima predominante en la zona. No por nada, a Ica la denominan «La ciudad del eterno sol». 

¿Y qué sería de un desierto sin un oasis, no? Así es que el Desierto de Ica tiene su oasis (artificial) llamado Huacachina y en la foto pueden leer – si les interesa – un poema inspirado en la mitología atrás de este lugar:

Habiéndoles mostrado la Huacachina a través de un poema, permítanme ahora mostrársela mediante una foto:

Llegando a la Huacachina en taxi (pero sin pagarlo)

La familia que les conté me había dejado en ruta 1S y Av. Cutervo – que luego pasa a llamarse como el oasis en dirección al mismo – y desde allí sólo 3,5 kilómetros me separaban de la Huacachina. Como se imaginarán, decidí caminarlos y luego de unos dos kilómetros y medio andando al costado de la ruta, un taxista se me acerca y me ofrece llevarme al oasis. Le digo que no tenía dinero, que tenía ganas de caminar y que sabía que faltaba poco pero insiste en llevarme, a lo que yo insisto con el mismo planteo y como se ve que el hombre de todos modos tenía que ir hacia allá y vaya a saber si le caí simpático o qué, decidió llevarme igual, pero gratis.

Así fue que, un poco antes de lo esperado, llegué a la Huacachina y quedé maravillado por paisajes tan nuevos y distintos para mis ojos. Lo primero que hice en el oasis fue dejar a un lado las cosas y tirarme en la arena a descansar:

A pesar de ser un lugar turístico, no encontré demasiada gente y estaba bastante tranquilo en la playa, por lo que disfruté de una hermosa siesta.

¿Boogies y sandboard? ¡No, gracias!

Todos los comentarios que me llegaban acerca del Desierto de Ica y la Huacachina incluían la recomendación de no perderme los boogies para recorrer las dunas y esto era parte de una excursión «imperdible» en el lugar.

Para quien lo deseaba, por una módica suma adicional se le proveía de una tabla para practicar sandboard, similar a la tabla de snowboard, pero para «surfear» la arena en vez de la nieve. También vi a quienes, no interesados por los boogies, iban directo a practicar sandboard a las dunas.

Recorriendo las inmediaciones, no faltaban las empresas de turismo ofreciendo el recorrido en boogie que, por lo que me comentaban en una de las mismas, por decisión unánime entre los vendedores había pasado de los 35 a los 50 soles de básico (el cambio en ese momento era 1 USD = 2.85 soles).

Pero ya hace un par de años que viajando empecé a prescindir cada vez más de las excursiones, usándolas casi exclusivamente para llegar a lugares que considero que valen la pena y que sin una excursión NO se puede llegar o porque hacerlo sin tour es demasiado difícil o por algún otro motivo puntual que ahora se me esté escapando. Con lo anterior no quiero herir susceptibilidades: lo importante es que cada uno vaya descubriendo la forma en que le gusta viajar y yo descubrí que evitando las excursiones, he podido conectarme más con los lugares al manejar mis tiempos y preguntando a los locales las alternativas a los tours han surgido charlas interesantes u otros momentos compartidos con la belleza de la espontaneidad, que cada día ocupa más lugar en mis viajes y esto me apasiona.

Así fue que, en vez de recorrer las dunas en un vehículo espcial con otros turistas, decidí caminarlas sólo y con mis tiempos. Nadie me apuraba y nadie me marcaba los tiempos de permanencia en cada punto de mi recorrido, de mi camino por las dunas:

Otra de mis pies, pero esta vez en el Desierto

Y la contemplación en silencio también es parte del «camino»:

¿Hostel? ¡Nah, mejor carpa!

Pero ni siquiera en el desierto los días son eternos – o al menos no en el de Ica – por lo que tenía que decidir dónde pasar la noche. Ahí andaba yo con mochila y carpa y se me ocurrió acampar en el desierto. Al no ver carteles que indicaran la prohibición de esta acción, supuse que estaba permitido hacerlo y actué en consecuencia:

Los boogies pasando acelerados por las dunas rompían la paz del lugar, por lo que decidí esperar a que se retiraran al caer la tarde, dejando el lugar liberado para disfrutar de este momento del día en silencio, tomando fotos que tan bellas lucen:

Para mi sorpresa, al menos en lo que llegaba a divisar, nadie más había decidido acampar en el lugar, por lo que mi soledad era, aparentemente, completa. En ese momento y en ese lugar, pude conectarme muy fuertemente conmigo mismo y con mi entorno: me sentía pleno con lo que estaba viviendo y pasé varias horas contemplando la quietud de la noche en el más completo silencio.

Cuando el sueño se asomaba, antes de entregarme a éste, escribí algunas páginas de mi diario de viajes y un poema para mi amada, quien me esperaba a varios kilómetros de distancia en la «ciudad de la furia», como fue denominada Buenos Aires por Cerati hace algunos años.

Amanecer en el desierto

Pasada una noche por demás tranquila en la que pude descansar muy bien, me levanté tempranito con los primeros rayos del sol para contemplar cómo éstos iluminaban el desierto:

En ese momento, los rayos del sol se entretenían espejando paisajes en el agua:

Al rato decidí emprender marcha, ¡y adivinen quién estaba por allí nuevamente! – sí, mi amigo el taxista del día anterior –, así que ya sin siquiera amagar a cobrarme, me ofreció alcanzarme hasta la ciudad de Ica, a donde estaba llevando a una turista oriental y desde donde yo averiguaría cómo llegar a Paracas, para desde allí conocer la Isla Ballestas, pero eso será tema de otro post…


Este fue el relato de mi visita al Desierto de Ica y la Huacachina, ¿habías escuchado hablar de estos lugares? ¿te gustó lo que viste? Si tenés una experiencia que compartir, dudas, sugerencias o lo que sea, te invito como siempre a usar la sección de comentarios para que entre todos hagamos de éste un espacio más dinámico.

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