Crónica de nuestra experiencia en barco de Tabatinga a Manaos con la empresa GM Oliveira: cuatro días atravesando río abajo el Amazonas para llegar a la gran capital del estado de Amazonas brasileño.
Cumpliendo un sueño, una vez más
Atravesar el río Amazonas navegando era uno de mis grandes pendientes como viajero, especialmente en territorio sudamericano. En el momento en que escribo estas líneas mi sueño se está haciendo realidad: estoy viendo «por la ventana» el Amazonas pasar por enfrente de mis ojos.
Debo confesarte que es una de las primeras veces que escribo una crónica de viajes mientras la estoy viviendo. La escasez de distracciones que esta navegación nos brinda resulta ideal para esta misión. En general suelo escribir las crónicas pasados unos días (o meses) de lo vivido, por lo que esta es una grata excepción.
Como este viaje tiene algunas características que lo hacen especial, voy a tratar de que lo vivas a través de mis palabras. ¿Estás preparado para abordar? ¡Subite al barco que ya estamos zarpando!
Día 1 – La partida
Nuestro viaje comenzó el miércoles 4 de octubre. En general los barcos salen los miércoles y sábados y son varias las empresas que se van turnando las salidas. Por este motivo, es posible que te toque dormir algunas noches en Leticia o Tabatinga antes de poder embarcarte.
Como viajamos en hamaca y los espacios para colgarlas no están numerados, nos acercamos temprano al puerto de Tabatinga para conseguir buenos lugares, cerca de los enchufes («tomacorrientes» o simplemente «tomas» en otros países) y lejos de los baños.
Llegamos al «Puerto Voyager» pasadas las 8 y quedamos en los primeros lugares para el abordaje. De hecho, pasadas las 11 ya estaban permitiendo subir al barco para ir ocupando los lugares que cada uno de nosotros tendría por varios días. En esta foto podés darte una idea de cómo se ven las hamacas en el barco una vez que están acomodadas:
La previa al abordaje
A eso de las 10, nos llamaron para añadirnos a la lista de pasajeros confirmados y darnos una pulsera azul, que representaba el tramo que haríamos y la categoría correspondiente. En nuestro caso, era algo así como la «clase turista».
Luego, la policía federal registró nuestra futura presencia a bordo, nos tomaron una foto, nos pidieron el pasaporte por primera vez en el día y verificaron especialmente que nuestro ingreso en Brasil y tiempo de permanencia en el país sean correctos para poder abordar.
Los equipajes se iban alineando por orden de llegada en unas líneas amarillas, pudiendo nosotros esperar sentados. Poco antes de que nos permitieran abordar, varios policías pasaron con perros de esos que están adiestrados para identificar drogas. Olfatearon con mucho cariño nuestro almuerzo, pero no encontraron nada más, por supuesto.
Según el orden mencionado, nos iban llamando a abordar, pidiéndonos los pasaportes una vez más. Antes de subir al barco, esto se repitió nuevamente. ¿La tercera es la vencida?
¡Zarpamos!
Luego de que la policía revisara exhaustivamente el barco y de que se diera una charla de seguridad brindada por la Marina de Brasil, a las 12.40 finalmente se daría comienzo a esta travesía.
Lento pero seguro, empezamos a dejar atrás Tabatinga y a navegar por el río Amazonas, que luego se convertiría en el río Solimões para acompañarnos gran parte del viaje.
Las primeras sensaciones del viaje
El paisaje empezó a poblarse con el marrón del río, habitado sólo por nosotros y varios pescadores que, en sus rústicos botes de madera, buscaban su pan de cada día. El verde abundante, frondoso y exhuberante nos escoltaba por izquierda y derecha y el cielo gris nos fue abandonando para ser reemplazado por un sol radiante, que daba calor, pero no en demasía. Una perfecta compañía.
Los controles a bordo
Pasadas dos horas de navegación, hicimos una parada en un lugar identificado como «Base ANZOL, Posto de Controle Fluvial» y ahí tuvimos un nuevo control donde a varios nos pidieron nuevamente los pasaportes. Ahí nos quedó claro que era buena idea tener nuestros documentos a mano durante toda la navegación.
Esa primera parada duró aproximadamente media hora, mientras subían y bajaban objetos y personas del barco.
¡Hora de comer!
Por ser el primer día, sólo teníamos incluida la cena, que fue servida a las 5 de la tarde. Horario para dicha comida que puede hacer entrar en crisis a más de un argentino. Sin embargo, no hay muchas opciones más que adaptarse y comer en ese horario o llevar algún tipo de recipiente para separar una porción y comerla más tarde, ya que al rato de servida la cena cierran la cocina.
Ya con un buen tiempo viajando por Sudamérica nos fuimos dando cuenta que en Argentina cenamos muy tarde (en general entre las 21 y las 22) y bastante fuerte. En la mayoría de los países que fuimos visitando en general se cena más temprano – a eso de las 19 – y suele ser una comida más liviana que la del mediodía. Estando en Colombia muchos días hemos «cenado» a eso de las 19 unas arepas con huevo y queso con un aguapanela o café, pero cenar en el barco a las 17 un calórico guisado con carne al mejor estilo regimiento puso a prueba una vez más nuestra adaptabilidad.
Una peli y a la «cama»
Poco después de la temprana cena, gran parte de los pasajeros ya estaban durmiendo plácidamente, pero nuevamente nuestro relojito interno nos decía que no era aún momento de intentar conciliar el sueño.
Así es que a eso de las 20.30 decidimos que veríamos una película. Uno de los grandes beneficios de viajar con laptop. La elegida fue Rashomon, un policial de uno de mis directores preferidos: Akira Kurosawa, uno de los más reconocidos del Japon.
A diferencia de muchas otras de dicho director que vimos que duraron más de tres horas, esta película dura alrededor de una hora y media, por lo que, comiendo unos snacks en el medio (sí, a eso de las 21 nuestro reloj biológico configurado en hora Argentina nos pidió comida), poco después de las 22 ya la habíamos terminado. Rashomon estaba interesante pero lejos estuvo de ser una de mis preferidas de Kurosawa.
Terminada la película, llegó la hora de dormir, un buen rato más tarde que el resto de los pasajeros, que ya nos llevaban varias horas de ventaja.
Día 2 – Amigándonos con el barco
El segundo día de navegación comenzó para mí pasadas la 1 de la madrugada, momento en que hicimos una parada, se encendieron las luces y me costó un buen rato volver a dormirme. De hecho, hasta eso de las 5, momento en que finalmente decidí dejar de intentarlo, dormité sólo de a fragmentos de no más de media hora.
A eso de las 4 confirmé que, sin saberlo, había orientado mi hamaca hacia el lugar correcto, porque además de tener una vista de ensueño del atardecer del día anterior, también tuve un primer plano de una luna llena anaranjada que se asomaba por encima de la interminable selva amazónica, que buscaba saludarme por detrás de las nubes que me la querían ocultar.
Hora del desayuno
Poco antes de las 7 de la mañana, mientras me estaba lavando los dientes, uno de los empleados del barco mencionó la palabra mágica que estaba esperando desde hace dos horas: ¡CAFÉ! Por suerte esto no significaba que sólo habría café, sino que es una abreviatura en Brasil para «café da manhã». En este caso, había café con leche, bolo de milho (una especie de bizcochuelo de harina de maíz), pan, queso y jamón. Todo para servirse en las cantidades que uno quisiese o «a vontade», como dicen aquí (a voluntad, digamos).
Siendo que habíamos cenado hace ya unas 14 horas, el desayuno se hizo desear y fue muy bien recibido.
Algunas horas entre el desayuno y el almuerzo
El tiempo entre ambas comidas pasó entre páginas de «Vivir para contarla», de García Márquez, líneas en el procesador de textos que formarían parte de futuros artículos del blog, una mandarina que nos comimos para no morir de escorbuto y una parada en Tonantins donde vimos delfines más grises que rosados.
Un poco más tarde, a eso de las 10 de la mañana, empezó a sentirse olor a comida y los pasajeros, más por aburrimiento que por hambre, empezaron a hacer fila enfrente de la cocina hasta que fueron llamados al ataque a eso de las 11. Nosotros los contemplábamos mientras trabajábamos en nuestras laptops, tratando de entender cómo se puede tener tamaña hambre a tan temprana hora.
Ahora sí, almorzando
Como teníamos miedo que la combinación entre ansiedad, aburrimiento y hambre de los pasajeros nos dejara a nosotros sin almuerzo, a eso de las 11.15 nos acercamos a buscar nuestra porción de comida.
No pudimos comer tanto por la hora, así que cargamos un poco en los platos y otro poco en un tupper para cuando agarrara hambre más tarde.
Aprovechando para hacer algunas reparaciones
Debido a la ausencia de distracciones, me pareció que era el momento ideal para realizar algunos arreglos que tenía pendientes: coser el mosquitero que se me había roto un poco anoche, pegar el estuche del celular que se había despegado en una mala maniobra intentando sacar la batería y coser unas banderas a la funda de la mochila, ya que habían sido pegadas con anticipación y se despegaron con mucha facilidad.
En este pegue y despegue de banderas, las de Argentina y Bolivia desaparecieron sin dejar rastro. Tengo que reponer ambas y comprar las faltantes de los países ya pisados en esta vuelta a Sudamérica. Esto lo pensaba en el momento, pero casi un mes más tarde que estoy publicando este artículo esto no sucedió, como era esperable.
La cena más temprana de mi vida
Hoy 5 de octubre será recordado como el día que más temprano cené en mis 31 años de vida: la tripulación nos llamó a las 16.15 para que procedamos a acercarnos al salón comedor. ¿El menú? Casi lo mismo que al mediodía, pero con un cambio: arroz, fideos, pollo con salsa y farofa. La ensalada de tomate y pepino y los porotos (feijões) del mediodía fueron reemplazadas por una carne picada con algo de onda.
Todo para comer a voluntad, pero realmente a esa hora no es que mi voluntad diera para mucho, siéndote sincero.
Los pescados más grandes que hayamos visto
Mientras reposábamos plácidamente en las hamacas – como gran parte del viaje – en una de las paradas sentimos un ruido contundente en el piso de abajo. Casi inmediatamente nos acercamos a ver qué pasaba.
Lo que vimos no era lo que esperábamos: estaban cargando en el frigorífico del barco unos pescados que nos dijeron que eran pirarucús. Medían más de 2 metros y varios deben haber pesado más de 100 kilos, por el esfuerzo que hacían quienes los cargaban y el estruendo que hacían al impactar el piso cuando lo soltaban con ganas desde la altura de los hombros.
Pensando que no podían entrar tantos de esos ejemplares en el frigorífico del barco, asumimos que la parada duraría un par de horas, pero terminaron resultando casi 7. Para cuando terminó toda la movida, se encendieron nuevamente los motores del barco, se puso en movimiento y nosotros nos fuimos a descansar.
Día 3 – Ya se nos está haciendo un poco largo
A diferencia de la noche anterior, probablemente por el sueño acumulado, dormí de corrido entre las 10 y las 4.30 de la mañana. Un buen tirón de más de seis horas de descanso, considerando que estaba en una hamaca que, al menos para mi costumbre, es más para hacer un poco de fiaca (vagancia) que para descansar toda la noche.
Sin muchas más escalas que una en el baño, logré dormitar otra hora para levantarme a eso de las 5.30 y ya ver la fila de caras de desolación en la dulce espera frente a la puerta del comedor para el café da manhã.
En ese momento me di cuenta que en el comedor al menos se regían por la hora de Manaos, una hora más que la de Leticia/Tabatinga. Eso explica por qué servían el desayuno a las 6, cuando estaba anunciado en los carteles a las 7.
Una nueva incorporación al almuerzo
Con cierto júbilo al almuerzo estándar se sumó una nueva incorporación. Bueno, en realidad dos. En primer lugar se añadió a lo habitual lo que en Argentina denominamos «ensalada rusa»: papa, huevo, mayonesa, zanahoria y, como un agregado brasileño, lechuga. En segundo lugar, apareció el jugo, aunque resulta obvio que no era jugo exprimido o un exótico licuado de frutas tropicales, sino un mero jugo de esos instantáneos o de esos concentrados que se diluyen en grandes cantidades de agua.
De alguna manera, tal vez por la mezcla, el almuerzo me cayó un poco más pesado que lo habitual y me tuvo en estado de coma en la hamaca por un par de horas. Supongo que a la misma le puedo atribuir propiedades curativas, porque al rato estaba como nuevo, de vuelta en el teclado.
Una tormenta amazónica
Mientras me encontraba en reposo nos azotó una tormenta de esas que meten miedo. El agua entraba de a litros en la zona del comedor y los baños pero el barco, bien preparado para la ocasión, tenía un sistema por el cual el excedente de agua se iba escurriendo por unas canaletas nuevamente hacia el río.
A diferencia del día anterior, la lluvia hizo que tuviéramos un día bastante fresco, por lo que no dieron tantas ganas de darse una ducha con agua fría del Solimões. Al menos, no en ese momento.
Durmiendo plácidamente
Supongo que por el cansancio acumulado o que ya me fui acostumbrando a la hamaca, al ruido del motor del barco o por todo lo anterior, la última noche en el barco dormí muy bien, lo cual ayudó a llegar con buen ánimo al cuarto y último día.
Día 4 – La llegada
Inicialmente nos habían comunicado que llegaríamos por la mañana, pero mirando el GPS ya desde el día anterior venía contemplando la posibilidad de que eso no fuera posible.
En efecto, el sábado por la mañana estábamos lejos de estar en Manaos, por lo que a las 11 (la hora prometida de llegada), psicológicamente la ansiedad nos estaba atacando duro. Así fue que las siguientes horas se nos hicieron larguísimas, pero no había ningún motivo lógico por el cual el sábado fuera peor que los días anteriores.
Pasó el almuerzo, una nueva película, charlas, reflexiones y más líneas en el procesador de textos y cuando nos quisimos dar cuenta, divisamos el «encontro das aguas», donde se unen el Río Negro con el Río Solimões. El primero es de color casi negro, mientras que el segundo tiene un color más arcilloso (marrón), por lo que cuando se unen se forma como una línea divisoria bastante llamativa. Ya te lo mostraremos en un relato de una excursión que hicimos en Manaos donde se ve muy bien.
Ese punto indicaba que nos quedaba poco más de una hora para llegar a Manaos y al rato empezamos a divisar la capital:
¡Llegamos!
A eso de las 18 llegamos finalmente a nuestro destino, la capital del estado de Amazonas del Brasil. La zona del puerto era menos peligrosa y oscura de lo que pensamos, por lo que fuimos caminando hasta nuestro hotel.
Lo que hicimos en Manaos, info de fechas, precios y otras recomendacioneste te lo vamos a contar en un futuro artículo, así que suscribite al blog para que te cuente cuando esté listo.
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