En esta entrada les cuento acerca de nuestra visita a las ruinas de Moray y Ollantaytambo en moto, en el Valle Sagrado de los Incas en Cuzco. Recorrimos el trayecto con mis amigos Nicolás y José (dueños de las motos).

La previa

Por si no lo hicieron todavía, les recomiendo leer el post donde les cuento acerca de nuestra salida de Cuzco y visita a Písac aquí.

Así es que luego de un día de muchos kilómetros recorridos y de bellísimos lugares visitados, decidimos hacer noche en Urubamba, ya que tenía una excelente ubicación, de camino a nuestro próximo destino: Moray.

Sorprendidos por Moray

A primera hora de la mañana, desayunamos parte de la granola que habíamos comprado en el mercado de Cuzco y que tenía una cantidad innecesaria de anís, la acompañamos con mate (auspiciado por José y Nico porque yo no viajeba con uno) y partimos.

Las ruinas de Moray se encuentran a poco más de 20 kms. de Urubamba, pero el problema es que quedan un poco a trasmano y el camino que lleva a las mismas es en gran parte de tierra. Como la mayoría de los visitantes no se mueve por la zona en vehículo propio y hasta donde pude averiguar, no hay un transporte público que lleve allí, estas ruinas no son precisamente de las más visitadas del Valle Sagrado.

Por nuestra parte, pudimos llegar rápidamente en las motos y disfrutamos de la paz que brinda justamente la ausencia de visitantes. Al llegar a las ruinas, mostramos el boleto turístico que habíamos adquirido en Písac al cuidador y accedimos a esto:

Si bien las terrazas de cultivo usadas por los incas ya no eran nuevas para mí porque las había podido apreciar con mis propios ojos en numerosas oportunidades en el Valle Sagrado, aquí había algo nuevo y era que por primera vez las terrazas de cultivo formaban círculos concéntricos. Parecía una obra realizada con colaboración extraterrestre al observar su forma, pero no era más que un nuevo ejemplo de cómo las antiguas civilizaciones se relacionaban con su entorno y alcanzaban hitos de ingeniería con herramientas mucho más básicas de las que usamos actualmente.

Se cree que en Moray funcionaba algo así como un laboratorio donde los incas experimentaban al simular las distintas alturas correspondientes a las regiones de su imperio, cada una de ellas con sus características propias en cuanto a altura, humedad, incidencia del sol, etc; pero todas incluidas en el mismo lugar, pudiendo allí sembrar distintos cultivos y ver cómo evolucionaban. Pero como los incas no han dejado documentación al respecto (o no se ha encontrado), la que les cuento es sólo una de varias teorías. 

Habíamos visto fotos de las Ruinas de Moray pero, como siempre sucede, estar allí muestra de una manera única e irreemplazable las dimensiones del lugar y permite conectarnos con éste al vivirlo y atravesarlo con nuestros sentidos. Mis fotos y este relato son una mera aproximación a su imponencia.

No eran unas ruinas tan extensas para recorrer, por lo que era mucho más simple adoptar una postura cómoda y rendirnos ante la naturaleza, perdiendo la noción del tiempo y el espacio.

Conociendo Ollantaytambo

Llegamos a Ollantaytambo tomando un atajo por un camino de tierra muy tranquilo que nos recomendó el cuidador en Moray y que iba en descenso por la montaña. Este camino era sin lugar a dudas usado mayormente por la gente local, quienes nos saludaban con una sonrisa a nuestro paso. Me hubiera gustado detenerme en más de una oportunidad a conversar y compartir un rato con ellos, pero mis compañeros de viaje no contaban con tanto tiempo como yo para hacerlo y era su intención llegar a Aguas Calientes esa misma noche. Esto último será relatado en algún próximo post. 

En las ruinas de Ollantaytambo ya se notaba una mayor afluencia de turistas y no contábamos con la tranquilidad de Moray. De cualquier manera, al ser Marzo no era aún temporada alta en el Valle Sagrado, ya que sigue siendo (aunque terminando) la época de lluvias, lo que aumenta las posibilidades de que el agua dificulte traslados y visitas, además de que las nubes bajas en alturas de alrededor de 3000 mts. hagan que las fotos no siempre salgan como se espera.

Sin embargo, como habrán visto, con un poco de paciencia e ingenio uno logra que las fotos no se vean opacadas por presencias inesperadas.

En Ollantaytambo nos encontramos con los restos de lo que fue una ciudad inca construida en la montaña. Asombra el estado de conservación de las construcciones y la perfección con que las rocas fueron talladas para encajar unas con otras de manera que (como habrán escuchado tal vez anteriormente) entre ellas no entre un alfiler. Se desconoce hasta el día de hoy si los incas utilizaron algún químico para conseguir esta adherencia entre piedras.

A diferencia de lo que creía antes de visitar estos lugares, esta perfección que mencionaba en relación a la arquitectura incaica es una característica de su última etapa y da muestras claras de cómo fueron perfeccionando su técnica. No encontramos entonces estas terminaciones en todas las construcciones incas sino sólo en aquellas que representan los últimos años del imperio.

Camino al Machu Picchu

Desde Ollantaytambo emprenderíamos luego el camino alternativo del Inca para llegar con las motos hasta Santa Teresa, dejándolas allí en un alojamiento y siguiendo en un transporte compartido hasta la Hidroeléctrica y luego a pie, de noche y por las vías del tren hasta Aguas Calientes, el pueblo más cercano a Machu Picchu. Allí haríamos noche y al día siguiente lo usamos íntegro para conocer la Ciudad Sagrada.

El relato de esta aventura estará disponible próximamente en “El Gran Viaje. Si querés ser el primero en enterarte, suscribite al blog aquí.


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