Querida Buenos Aires (¿o debería decir «Mi Buenos Aires querida?»):

Tal vez no lo sepas che, pero vengo de una ciudad que se llama Pilar. Supo ser pequeña hace no muchos años aunque hoy no lo es tanto, pero aún conserva su alma de pueblo: muchos de los que nacimos o nos criamos aquí nos conocemos. Pero esta será la última mención a esa chirusa, hoy el centro de atención vas a ser vos. Sí, digo «vos» porque hablar de «ti» o «tú» no me parecería correcto, que sos la cuna del voseo: no vosearte sería traicionarte. Tampoco me parece correcto no tutearte, cuando todos los que te visitamos nos tuteamos entre nosotros, el «usted» parece extinguido en tus calles, como el lechero o el sodero… ¡Ah, no!, el sodero es una especie en extinción, pero todavía se lo puede ver por ahí recorriéndote, ¿no?

Mis primeros recuerdos de ti son de mi niñez. En aquella época de mi vida, visitarte era como una exótica aventura para los que venimos de un pueblo – digamos «pueblo», esperando que Pilar no se ofenda. En esos primeros encuentros pude conocer tu mística Avenida Corrientes, luminosa e impactante, reina de tu noche, ¡una pinturita!. Conocí también en ese entonces a una de tus más famosas y tradicionales pizzerías, que lleva el nombre de «Los Inmortales». ¡Cómo amo tus pizzerías Buenos Aires! ¿te lo dije ya? No sé si serán las mejores del mundo, pero que son únicas, son únicas che. Eso sí, estábamos hablando de esa primera pizza porteña que probé: era de mariscos y su sabor era nuevo para mí, aunque lo que más me llamó la atención en ese momento no era en sí su calidad sino los ojos blancos de mi viejo al recibir la cuenta, ¡un afano, loco! De alguna manera nos habremos arreglado para garpar porque, que yo sepa, no nos quedamos esa vez a lavar los platos. Irnos sin pagar no era algo viable para mi familia tampoco, honestos como ellos solos.

Ah, Buenos Aires, ¿sabés que? También puedo contarte de cuando pisé por primera vez uno de tus cines: no recuerdo ni por casualidad su nombre, espero que me disculpe el tipo, pero sí me acuerdo de la película: «La Máscara», año 1994. ¡Cómo pasa el tiempo che! ¡8 años tenía! No me acuerdo si me gustó, aunque sí tengo presente haber hecho una larga fila, esperando un buen rato para el gran acontecimiento. Mi debut con las salas porteñas, ¿qué tul? ¡Histórico!

Además de esa pizza con la que nos rompieron el traste, otro cachetazo que nos diste Buenos Aires fue cuando conocimos tus grúas de control de tránsito. Seguramente los vehículos más insultados de toda tu extensión, más que los taxis y los bondis, creo yo. Al principio pensamos que nos habían robado el auto, pero en realidad no, sino que el choreo vino más tarde cuando nos cobraron acarreo y estacionamiento. Sabíamos además que a casa llegaría en un par de días una multa de tránsito, ¡que bajón!

Pero todas esas aventuras y desventuras de las que te estoy contando fueron con mis viejos. Tiempo más tarde te conocería a solas por alguno que otro trámite, porque por más que seamos un país federal, todos sabemos que «Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires», ¿no? Tenés su exclusividad y teléfono directo sin intermediarios, mi querida. Eso dicen todos y yo adhiero al saber popular. En esos tiempos recorrerte era más difícil porque no había Guía T – o al menos no de bolsillo que yo supiera – , ni Multiguía ni ninguno de sus parientes; Google Maps o similares ni en proyecto, porque Internet estaba naciendo recién, sobre todo en Argentina, donde todos los grandes avances tecnológicos llegan tarde. Y por más que internet existiera, que no era el caso, de ahí a meterlo en un teléfono «inteligente» – que de inteligente no tiene nada decía mi profesor de Inteligencia Artificial en la facu – bastante lejos estábamos, ni a ganchos che. Así que visitarte y poder llegar a destino hace unos quince años no era una pavada como ahora, ahí había que preguntar más, interactuar más… Ya no, pero dejémoslo ahí, que sino nos vamos por las ramas, volvés a perder protagonismo y no es la idea. ¡Y cómo chamuyan tus habitantes, Buenos Aires! ¡Cómo me hubieran gustado unos cuantos «no sé» en vez de mandarme a cualquier lado tantas veces preguntando por una calle o un lugar! Uh, me fui de nuevo, perdoname.

En mis memorias que son tuyas, veo también entrevistas laborales, porque es en tus empresas donde un sistémico como yo tiene más oportunidades, más variedad y cantidad, sin lugar a dudas. No hablemos de calidad porque ahí nos metemos en un berenjenal. Así es, algunas entrevistas hicieron que te visite en varias ocasiones. Es más, una vez te visité de gusto, porque la entrevista era en Avenida Libertador al 1500 de Vicente López y este joven fue a la misma avenida, pero del otro lado de la General Paz, donde vuelve a comenzar con el mismo nombre y distinta numeración. ¡Qué bueno hubiera sido que fueran un poco más originales y le cambiaran el nombre al cambiar de ciudad! Pero no, a los señores no se les ocurrió hacerlo y yo terminé en el horario y día acordados a unos 7 kilómetros de la dirección correcta y como eran las 4 de la tarde, no era viable reprogramarla para la noche y ante la momentánea falta de la posibilidad de teletransportarme, me tuve que acercar otro día. Eso sí, tuve muchas entrevistas con distintas empresas tuyas, pero finalmente salió una oportunidad de una pasantía en Pilar y te engañé con mi ciudad natal, para tu decepción.

Pero debiste esperarme, Buenos Aires, para que te viva plenamente: gracias a un trabajo que me diste y podrido luego de varios meses donde me despedía de vos cada día de la semana y pasaba demasiado tiempo viajando a verte, en vez de poder gozar de ese tiempo de otra manera en tu compañía. La lectura me acompañó esos meses como nunca, tenía muchas horas de viaje para ella. Pero como te contaba, tenía otros planes: quería que compartamos más, que vivamos otras experiencias juntos y así fue que decidí irme a vivir contigo. Eso marcó un antes y un después, empecé a sentirte mía, no eras sólo una visita diaria, sino que pasaste a ser parte de mi vida. Convivir juntos cambió todo, cambió el día a día. Además de soportar tu caos, tu ruido, tus embotellamientos, tus visitantes malhumorados, tu invierno muy frío para mi gusto y tu agobiante verano donde los zapatos se quedan pegados en tu cemento abrasador, empecé a enamorarme, Buenos Aires. Sí, me enamoré de vos en esos primeras días de convivencia. Sé que muchos te odian: detestan tu caos, protestan de tus problemas y no saben ver tu belleza, sólo ven tu peor cara, tu lado oscuro; pero yo veo tu luz, tu carácter, tu vitalidad, tu juventud, veo que sos moderna pero a la vez un poco chapada a la antigua en muchas cosas, clásica pero pujante, distinta y distinguida, con clase pero también sencilla. No te comprenden, pero creo ver lo que muchos no pueden ver, que reniegan de vos conociéndote muy poco.

Por algo será que tantos nos enamoramos de vos, los de acá y los de afuera. Debe haber algún motivo para que tantos anhelen un lugar en tu corazón, tenés tanto para ofrecernos que la vida no nos alcanza para conocer todos tus recovecos, para develar todos tus misterios. Ocultás también oscuridad, lo sé porque he recorrido también lo que muchos no quieren mostrar de vos y lo conozco también, sólo un poco, pero lo conozco.

¡Ay, Buenos Aires! Siempre vuelvo a vos demasiado rápido, me pregunto si algún día tendré el coraje de dejarte por un buen tiempo, porque tus garras me atrapan y no me dejan ir en busca de mi destino. Generás en mí sentimientos adversos: amor por todo lo que vivimos juntos y todo lo que tenemos por delante pero odio también, porque no me permitís encontrarme conmigo mismo. Aunque me ayudaste tanto a crecer y pusiste en mi camino a tantas personas que influyeron positivamente en mi vida, hoy absorbés mi energía y me atrapás en tus redes. Pero quiero decirte algo: esto que puede parecer una declaración de amor, puede que lo sea, pero también es una despedida. No te enojes conmigo, necesito seguir camino y a vos no te van a faltar pretendientes ni compañía, de eso estoy seguro. Además, sabés que voy a volver, no sé cuándo ni por cuánto tiempo, pero sabés que volveré Buenos Aires, lo sabés muy bien.

Gracias por todo,
Hasta pronto,

Por siempre tuyo,
Mariano.